La eyección del Capitán Raúl Díaz

El escuadrón de M-5 Dagger, desplegado en San Julián había perdido tres aviones el 21 de mayo, pero los tripulantes habían logrado, felizmente, eyectarse siendo recuperados al día siguiente. Esto demostraba que atacar el lugar del desembarco sería cada vez más peligroso, los ingleses fortificaban su posición saturando la zona con elementos de defensa aérea.
La FAS seguía tratando de neutralizar las actividades de desembarco iniciadas el 21 de mayo. Como los días anteriores, el 24 de mayo se impartió la orden de ataque en masa, con la finalidad de sobrepasar la capacidad de la defensa británica.

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Mi escuadrón recibió dos órdenes fragmentarias, la 1227 y la 1228.
La misión: atacar la zona de desembarco, ya sea a los objetivos navales o al material bélico acumulado en el puerto San Carlos. Ante el análisis de la situación táctica, se decidió enviar a la primera escuadrilla con la tarea de atacar el brazo norte, donde había menor actividad enemiga.
El sur de la bahía San Carlos sería atacada por la escuadrilla formada por mí como jefe, el Teniente Carlos Castillo como numeral 2 y el Mayor Luis Puga como numeral 3; nuestro indicativo era “Oro” y la configuración dos bombas de 250 Kg retardadas por paracaídas y municiones de 30 mm.

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La primera escuadrilla planificó su ataque partiendo de un sobrevuelo rasante de la isla Gran Malvina. Mi escuadrilla desistió de imitarlos, porque deberíamos hacer un viraje muy exigido dentro del canal para alcanzar el rumbo de ataque, que era aproximadamente 150º (SE) y seríamos fácil blanco de las armas antiaéreas de los navíos y las armas existentes en la costa.
Decidimos aproximarnos sobre las aguas al norte de la isla Gran Malvina y, alcanzado el canal San Carlos, ingresar con rumbo directo y rasante hacia el objetivo. Se planificó el ataque buscando efectuar un perfil de vuelo que evitara la detección de la escuadrilla por los piquetes navales adelantados que colocaban los ingleses.

Deberíamos estar rasante a quince metros del agua cuando pasáramos las islas Salvajes a una velocidad entre 480 y 520 nudos (890 a 960 Km/h), formados lateralmente para hacer un único ataque, los tres aviones a un mismo tiempo. Todo lo planificado se cumplió exactamente, cuando sobrepasamos las islas Salvajes comenzamos a escuchar, por nuestros equipos de radio, el ataque a puerto San Carlos por las primeras escuadrillas.

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El rumbo en ese momento era, aproximadamente, 100º. El Teniente Castillo estaba a mi izquierda a unos 200 metros y el Mayor Puga a mi derecha a la misma distancia.
Cuando estábamos cerca de Bahía Elefante preparamos nuestro panel de armamento y nos aprestamos a iniciar, en ochenta segundos más, el viraje final que nos llevaría al blanco. Centrados en los instrumentos del avión, en el reloj táctico y en la desembocadura norte del canal para ver si había navíos, no advertimos la intercepción que por detrás nos hicieron dos Harrier guiados por una fragata que no llegamos a ver.

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Los Harrier estaban armados con misiles aire-aire Sidewinder AIM-9L.
El jefe de la primera sección inglesa lanzó un misil al avión del Teniente Castillo haciéndolo explotar.

El Mayor Puga me alertó -“Al 3 lo derribó un misil!”-.

Creí que se trataba del derribo de alguno de los nuestros que ya estaban atacando la zona de desembarco. Seguí imperturbable la navegación. De inmediato el Mayor Puga reiteró: “Al Oro 3 le pegó un misil”, reaccioné mirando a mi derecha hacia donde estaba Puga y vi que se encontraba intacto pero que a 200 metros detrás de él se desplazaba a una velocidad elevada una luz intensa en forma zigzagueante.

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Comprendí que era un misil y que no había tiempo de reacción, sólo atiné a gritarle que se eyectara. El misil de guiado infrarrojo, pegó en su motor y la explosión fue tan espectacular que el fuego y el humo negro envolvieron al avión a partir de un metro detrás de la cabina del piloto, donde se encuentran los primeros tanques de combustible; sólo quedó fuera de esa enorme bola de fuego la nariz del avión y la cabina, el resto del avión no existía.

Eyecté mis tanques externos de combustible y las bombas e inicié un brusco viraje a mi derecha para ver qué pasaba con Puga a quien le seguía gritando que se eyectara. Cuando estaba en la mitad del viraje sentí un gran sacudón de mi avión, me quedé sin comandos e inmediatamente, se encendieron todas las luces en el panel de fallas y sonó estridentemente el advertidor sonoro que actúa cuando se tiene una falla grave.
No tardé en comprender que el habitáculo de mi avión se convertiría en una trampa mortal para mí. Mi noble avión había sido casi totalmente destruido y si me quedaba allí, en la confortable cabina, sería el fin.

Estando en viraje, a gran velocidad muy próximo del agua y sin comandos, ¿la eyección sería exitosa?.
No lo pensé, lo cierto es que pasé cerca del avión de Puga y mi avión se enderezó comenzando a hacer movimientos bruscos en profundidad, pude ver cómo me acercaba a la isla ubicada al norte de la Gran Malvina en forma descontrolada.
No dudé, tiré de la anilla de eyección de entre las piernas, porque no podía llegar a accionar la superior por los bruscos cabeceos. Cuando comencé a salir del avión, el terrible impacto contra la masa de aire, producto de la alta velocidad del avión en el momento de la eyección (aproximadamente 520 nudos / 950 Km/h) me hizo pensar que no me había eyectado y que el avión estaba estrellándose contra el agua o la isla.

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Sólo entonces reaccioné. Lo había abandonado. Fugazmente observé mis rodillas contra el cielo, esto por el movimiento parabólico que realiza el asiento cuando abandona el avión. El momento siguiente me corroboró esto, ante el tirón del paracaídas al abrirse. Sentí intensos dolores, la eyección a esa velocidad me fracturó dos vértebras y una grave luxación en el codo derecho.

En el momento en que se abrió el paracaídas y observé hacia abajo vi el suelo cerca (calculo ochenta metros). Tratando de analizar cuáles eran mis heridas caí sobre la turba malvinense, en forma amortiguada, en una isla a 600 metros de la playa. Así salvé providencialmente la vida, porque de haber caído al agua no habría sobrevivido.

Estuve treinta minutos acostado boca arriba sobre la turba, sin moverme por los intensos dolores en la columna y en el brazo derecho. Sentí ruidos de turbina como si alguien volara sobre mi posición pero debido a la difícil situación física que enfrentaba no pude verlo. Sin recordar exactamente el escalonamiento en el tiempo, fugazmente vi la silueta de un M-5 Dagger nuestro que, rasante, se dirigía hacia el oeste, de vuelta a casa, entre las ondulaciones del terreno.

Cuando logré incorporarme saqué, con mucho esfuerzo, del equipo de supervivencia, dos bolsas plásticas que contenían agua y comencé a beber rápidamente, me encontraba al borde del shock.
Eran las 11:00 hs. cuando nos derribaron y a las 17:00 hs, en Malvinas, se hace de noche, por lo que procuré no perder tiempo y traté de caminar en busca de un refugio. Presentía que si llegaba la noche no la pasaría muy bien con el frío y las heridas.

Miraba constantemente hacia la playa para ver si encontraba a Puga, aún dudando que hubiese podido eyectarse. A la hora y treinta de la eyección, habiendo recogido lo necesario y posible de transportar del equipo de supervivencia, me aprestaba a iniciar una dolorosa marcha hacia la costa, para luego intentar llegar a alguno de los pueblitos kelper que se encuentran a la orilla del mar.
En ese momento vi un vehículo tipo Land Rover que se acercaba a campo traviesa. Supuse que sería una patrulla enemiga o kelper, busqué en el equipo un revólver 38 y me preparé; el vehículo se detuvo a unos ochenta metros y se bajaron dos uniformados de verde con fusiles, cuando vieron mi deplorable estado se acercaron y desde una distancia prudencial preguntaron en perfecto castellano mi nombre.

Arrojé el revolver al suelo y les hice señas para que se acercaran; lo hicieron despaciosamente hasta que les pude decir que era el Capitán Díaz de la Fuerza Aérea.
Ellos, a su vez, se presentaron. Eran dos aviadores navales tripulantes de turbomentor que un grupo comando había destruido junto a algunos IA-58 Pucará en la pista de Bahía Elefante el 16 de mayo.

Me llevaron a un caserío kelper distante a unos ocho kilómetros a través del campo bastante irregular; los dolores en la columna y en el brazo eran insoportables. Recibí asistencia sanitaria precaria por falta de elementos para ese tipo de dolencia, el médico era un soldado conscripto ingresado como profesional.

Cuando comunicaron al continente que había sido recuperado con vida, se informó que al numeral 3, Mayor Puga, no lo habían visto eyectarse. Cuando preguntaron qué había pasado con el numeral 2, recién comprendí que él había sido el primer derribado, situación que no alcancé a ver.
Había perdido a mis dos numerales, tenía un mayor dolor moral que físico.

Al día siguiente una patrulla de reconocimiento encontró al Mayor Puga, sano y salvo; cuando llegó a la habitación donde me encontraba postrado, nos dimos un fuerte abrazo.
Había perdido un solo numeral, el excelente oficial y aviador militar Teniente Carlos J. Castillo.

Después de una semana en la cual se soportó ataques de Sea Harrier a la isla; haber visualizado el hundimiento de una fragata tipo 42 a escasos kilómetros y ver el resplandor intenso de los ataques aéreos nocturnos de la Fuerza Aérea sobre el puerto San Carlos, fuimos recuperados por un avión Twin Otter de la IX Brigada Aérea en una operación sumamente riesgosa, coronada por el éxito.

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Comodoro Raúl Díaz (RE) VGM

 

La Estación Aeronaval Calderón

El 25 de mayo a las 0922 Calderón informó a GT 80.1 (en Rio Grande) que se localizó el MV matrícula C-437 con su piloto fallecido (Tte Volponi). Esta lamentable novedad fue informada a FT.80 y al Comodoro Corino, Jefe del Grupo MV en Rio Grande.

Al mediodía, cuando una patrulla recorría la costa, localizó al Mayor Puga (Dagger C-419) que se había eyectado el día anterior y había pasado toda la noche caminando para evitar congelarse.

Los días 26/27 de mayo se adaptó el armamento de los T-34 para la defensa terrestre de las pistas.

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Día 28 de mayo Calderón recibió la orden de preparar y balizar 300 mts. de la pista para permitir el aterrizaje durante el crepúsculo de un avión Twin Otter de la F.A.A., que evacuaría a los pilotos heridos (My Puga y Capitán Díaz).

Este vuelo fue apoyado por un F-27 de la F.A.A., pero no se pudo cumplir por fallas en las comunicaciones.

El día 29 de mayo a 1000 horas y 1430 horas aviones Harrier bombardearon la pista, parte de la misma quedó fuera de servicio.

A 1730 horas aterrizó un avión Twin Otter (T-82) de F.A.A. La tripulación estaba formada por el 1er Teniente Marcelo Uriona, el Teniente Omar Poza y el Cabo Principal Pedro Bazan, para evacuar a los pilotos rescatados y parte del personal de la ARMADA (TF Castro, TF Fernández Vidal, TC Manzella), el Conscripto IM enfermo y los restos mortales del Teniente Volponi.

El traslado se realizó a Comodoro Rivadavia.

 

Orden Fragmentaria

◾Tres M-5 Dagger, indicativo “Oro”, armados con dos bombas retardadas por paracaídas. Tripulación: Capitán Raúl Díaz (C-419), Mayor Luis Puga (C-410) y Teniente Carlos Castillo (C-430). Despegaron de San Julián a las 10:24 hs.

Esta escuadrilla que seguía de cerca a la “Plata”, fue interceptada, aproximadamente a las 11:04 hs, por una PAC al norte del estrecho de San Carlos, sobre Bahía Elefante. Detectados por la Broadsword, la PAC (Lt Cdr Andy Auld, Lt Dave Smith del Sqdn. 800), los interceptó.

El misil de Smith impactó en el Dagger de Castillo quien, sin eyectarse, cayó al mar. Posteriormente, Auld disparó un AIM-9L sobre el Mayor Puga e, inmediatamente después, otro contra el Capitán Díaz. Ambos se eyectaron. El Mayor Puga cayó en el mar y el Capitán Díaz sobre la isla de Borbón. Una hora treinta minutos después de la eyección, el Capitán Díaz fue recogido por dos aviadores navales. Al día siguiente, una patrulla de reconocimiento encontró al Mayor Puga.

Luis Satini

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