El “ataque de loro” y el desconcierto de los ingleses

Sus manos vuelan sobre la mesa donde descansa el grabador. Lado a lado, en formación, simulan los vuelos que trazó sobre los cielos de las Islas Malvinas. La copa de agua, inmóvil, emula ser la nave británica atacada. Rasante, su mano derecha se pega a la superficie y acelera hacia el buque.

Luís “Tucu” Cervera lleva el pelo encanecido, el mismo color que se ve en los cuadros del General San Martín y otros próceres. Fue piloto de la Fuerza Aérea Argentina durante la Guerra de Malvinas y relata entusiasmado sus misiones, los momentos de valor y el coraje demostrado por él y sus compañeros. Dibuja en el aire cada vuelo, aquel en el que a bordo de un A-4B puso fuera de combate al buque Sir Lancelot, un transporte de tropas que intentaba completar el desembarco Inglés en San Carlos; o cuando se topó cara a cara con un helicóptero, al que derribó sin mirar, y cuando, apenas horas antes de que termine el conflicto, bombardeó el puesto comando británico desde donde se dirigía el asalto final a Puerto Argentino.

No obstante, a la par que relata, señala a los 55 muertos de la Fuerza en el Conflicto, a los 649 argentinos que perecieron en las islas del sur y, más dolido aún, a los 7 pilotos caídos de su escuadrón. “Parece mentira que ya sean 30 años y tener los recuerdos tan frescos. Si uno se traslada al 82 revive todos esos días de combate, de lucha”. “Me enteré de la recuperación de las islas por la radio, mientras iba al grupo aéreo dela V Brigada Aérea de Villa Reynolds (San Luís)”.

La Guerra de las Malvinas fue ante todo una batalla aeronaval. Aunque terminó resolviéndose en combates cara a cara en la turba y entre trincheras, los aviones de la Fuerza Aérea y del Comando de Aviación Naval debieron afrontar la difícil tarea de llegar a los buques quienes tenían la fama de ser imbatibles. “La Fuerza Aérea nunca tuvo la hipótesis de conflicto naval, correspondía a la Armada pero íbamos a tener que atacar buques. Vino gente de la Armada, que operaban naves similares a las de los británicos. Vinieron a explicarnos todo el poder defensivo y de fuego que tenían los buques, nos asustaron más de lo que nos ayudaron. Lo que nos decían era que saturáramos el radar, ataques masivos, para que de cada cuatro aviones llegara al menos uno. Era la única manera. Pero nosotros hicimos la nuestra. Diseñaron tácticas propias nuestras para llegar a los buques”.

La solución fue volar lo más bajo posible. Calculando la distancia de detección del radar del buque, ingresar por debajo del lóbulo del radar en vuelo rasante y a máxima velocidad y lanzar las bombas justo sobre el barco. Era una maniobra arriesgada pero resultó efectiva. Desde el 1 de mayo, con distintas bombas y configuraciones, los aviones A-4B, A-4C, y Mirage V Dagger bombardearon a la flota británica volando a una altura menor a los diez metros. El 24 de mayo tuvo su primer encuentro con un buque británico y la posibilidad de demostrar sus capacidades en combate.

Sir Lancelot

“Volamos muy bajo, pegados al suelo para evitar la artillería y los radares ingleses. Íbamos a la zona de San Carlos donde los ingleses habían iniciado el desembarco. Debíamos bombardear buques. Mi capitán de escuadrilla tuvo un problema, conectó el panel de armamento y se le cayeron las bombas, y debió regresar. Yo me hice cargo de mi escuadrilla y nos sumamos a la escuadrilla que volaba minutos delante nuestro, conformamos una escuadrilla de cinco aviones. Llegamos a una bahía cercana a San Carlos (Bahía Hospital) e ingresamos después de saltar una montaña. Recién ahí vimos el movimiento que había. Eran más de 12 buques: fragatas, destructores, buques de desembarco y lanchones. Habían desembarcado el 22 y para el 24 ya estaban terminando. Sabíamos lo que íbamos a encontrar, pero no creímos que fuera tanto”, relató.

“Veníamos muy poco separados, todos cuidándonos las espaldas. Al entrar en la bahía y acelerar hacia los buques, prácticamente los perdí de vista a mis compañeros. Después al volver, al contar lo que habíamos vivido, nos dimos cuenta que a todos nos pasó lo mismo: Llegamos y se rompió la formación y fue lo ideal ante la gran cantidad de barcos. Se tomó la decisión pero sin comunicación. Cada uno eligió su blanco”.

Ante la avanzada de los cinco aviones, los buques que escoltaban a los de carga y desembarco comenzaron a disparar con todos sus cañones. El cielo de la bahía se llenó de pequeñas nubes negras provenientes de las balas de 40 milímetros, las que al no impactar se destruyen en el aire generando una cortina de esquirlas y dejando su característico humo.

Desde tierra las tropas también tiraban, y algunos misiles fueron lanzados pero sin lograr fijarse en ninguno de los aviones. “Veníamos pegados al agua. La única defensa era volar más bajo aún. En ese momento estas solo. El avión lo volas solo, todo está en vos. No hay posibilidad de consultar ni preguntar, ni nada. Contado relajado parece mucho, pero fueron segundos. Depende mucho del entrenamiento. Tenés que tomar la imagen; dentro de lo que ves elegir la mejor opción y luego apuntar a esa elección, pero se da en décimas de segundos. Yo avanzaba y veía los pum, que son los humitos, los disparos por arriba de mi cabeza. Vos sentís la presión. Ves las balas, los humos, ves pasar los misiles. Todo eso en una corta diferencia, todo en mil metros sobre el agua y a más de 900 kilómetros por hora”.

“El buque se me vino encima. Le apunté a la popa y cuando lo tenía cerca, vi que le faltaban unas chapas. Que tenía agujeros. Tenía huecos bajo la cubierta. Pensé que ya le habían pegado. Pero era así, yo no conocía el barco. Entendí que era así. Mi  impresión era que lo iba a chocar. Ya cuando la distancia no me daba como para saltarlo, solté la bomba. Cuando estaba a distancia, tiré la bomba. Al soltar la bomba me elevé y viré sobre el buque, sobre el helipuerto ubicado en la popa. Lo vi clarito porque ya estaba inclinado. Y salí muy cerradamente hacia una montaña. Pasé ese barco, viré, pasaron dos misiles que impactaron contra la montaña y levantaron tierra. No sé como fue que no tocaron a ninguno de los cinco aviones. Tiraban desde tierra, las tropas que habían desembarcado tiraban. En el viraje fuerte, cerrando, esquivé sin saberlo esos dos misiles que venían para mi. En el regreso nadie sabía si alguno había sido derribado, no queríamos preguntar. Cada uno volvió por su cuenta. Recién cuando llegamos a Río Gallegos nos enteramos que volvimos todos”, explicó Cervera.

El buque recibió el impacto de una bomba de 1000 libras que si bien no explotó, en su recorrido por el interior de la estructura metálica generó serios daños, dejando fuera de combate al barco y gran parte de su cargamento. “Yo decía que ese día habíamos hecho un ataque de ‘bandada de loro’. Vos ves las aves marinas o de agua, que vuelan en formación, gansos, patos, los ves volar y van en formación. Y nosotros hicimos un ataque de loro, uno por arriba, otro por abajo, por todos lados. Eso mismo los desconcertó a los ingleses. Cuando yo estaba enfilado a mi buque se me cruzó otro A4 de izquierda  a derecha y le tiró a otro barco. Él no me vio y yo no lo había visto tampoco. Creo que no fuimos derribados por ese mismo, no sabían a quién tirar. Entramos cinco aviones cruzándonos de lado a lado, todos pegados al agua, con mucho ruido. Entramos los cinco, hicimos un desparramo, tiramos las bombas y los ingleses no sabían por donde entramos ni por donde salimos”.

El puesto comando

La misión para la cual se había entrenado la V Brigada Aérea, a la que pertenecía Cervera, era el ataque a tierra y principalmente las llamadas ‘apoyo cercano’, en donde los aviones bombardeaban tropas y pertrechos enemigos, próximos a entrar en combate con tropas propias. Recién el 13 de junio, horas antes del final de la guerra, los A-4B pudieron cumplir con la misión para la que habían sido diseñados.

“Fue la última misión en el sistema de armas de A4-B. Después hubo bombardeos de Canberra por la noche y, ya en la madrugada, la salida del Hércules desde Puerto Argentino. La única misión para la que nosotros estábamos entrenados. Apoyo de fuego cercano. Fue un vuelo rasante con bombas de 250 kilos, bombas de cola frenada. Cuando se las lanza abre una cola que la frena y le permite al avión alejarse y luego detona a una distancia segura.  Ese día también mi jefe de escuadrón se volvió por una falla en el reabastecimiento en vuelo por lo que quedé yo al frente de la segunda escuadrilla que atacaría. Yo era muy joven y sin quererlo quedé al mando de mi escuadrilla, siguiendo a la escuadrilla de  Iba Varela con su escuadrilla al frente. Y nosotros detrás. Volé alejado de el para evitar que me agarraran las esquirlas de sus bombas. Llegamos rasantes. Los cuatro aviones que me precedían dejaban el chorro marcado sobre el agua, dejaban la estela marcada como si fueran una lancha. Ya en tierra entramos desde el Monte Kent. Batimos el puesto comando ingles, cerca de Monte Longdon. Los cuatro aviones de la primera escuadrilla iban formados en línea. Escuché la orden ‘Tirar tirar’ y vi las explosiones de sus doce bombas. Estábamos muy próximos. Nos abrimos un poco, dejamos pasar unos segundos y ahí vimos camiones, helicópteros y mas tropas. Bombardeamos. Fue el ataque conjunto de siete aviones”, relató el piloto. En ese ataque, el General Inglés Jeremy Moore al ver el ingreso de los siete aviones sobre su posición se arrojó en un pozo. Las explosiones lo cubrieron de escombros y salvó su vida por muy poco. Al otro día comandó el avance final sobre la capital de las Islas Malvinas.

El helicóptero

“Cuando escapaba, luego de soltar mis bombas, apareció un helicóptero Sea King a mi derecha, cruzándose frente a mi. Armé los cañones. No teníamos entrenamiento de tiro aire-aire con el A-4, pero yo había hecho en el curso de piloto de combate por lo que sabía que hacer. Le empecé a tirar a ojo, no le podía apuntar porque la mira la tenía reglada para el lanzamiento de bombas (apuntaba al suelo). No tuve tiempo de cambiar el reglaje de la mira. Moví la palanca, a elevar y bajar la nariz como si regara con balas todo su recorrido. En vez de ser puntual yo la desparramaba, alguna le iba a pegar y le pegó. Le corté una pala, y debió hacer un aterrizaje de emergencia. No explotó pero si cayó. Hace un tiempo me llegó un mail de un tripulante del helicóptero preguntándome si yo era el piloto que lo había derribado. Me envió una foto. Había impactado en la pala y en el cuerpo del helicóptero. Me reconoce el derribo”, recordó orgulloso.

“Después, otro piloto (Dellepiane) me avisa de un misil, me grita que rompa a la derecha. Rompí (viró fuertemente) y el misil siguió de largo. Delepiane me salvó la vida”.

El retorno de la última misión fue caótico. Todos los aviones habían sido tocados, el avión de Cervera apenas tenía combustible para llegar al continente, pero el peor cuadro era el de, en ese entonces Alférez, su compañero Guillermo ‘Piano’ Dellepiane.

Un impacto en el ala había agujereado el tanque de combustible y derramaba dramáticamente. Un avión KC-130 reabastecedor debió acercarse a las islas para asistirlo, conectado, hasta la pista de aterrizaje. La situación de Cervera tampoco era mejor: “No tenía combustible, pero como había lanzado los tanques y la bombera al esquivar el misil, volaba más limpio, con menos resistencia y llegué a la pista. Cuando aterricé el motor se detuvo, estaba vacío. No bajé hasta que llego Dellepiane. Cuando detuvo el motor era una nube de combustible y se inició un incendio. Mis mecánicos se acercaron a mi avión pero no dejaban de mirar la cola. Tenía cuatro impactos de bala que por milímetros no habían cortado los caños de fluido hidráulico, si cortaban alguno no hubiera podido seguir volando tras el bombardeo“.

El final era inevitable. Al otro día se firmó la rendición y uno de los pedidos principales de los ingleses era que la aviación dejara de atacar. “A algunos nos tuvieron que bajar de los aviones. Queríamos combatir, pero ya no se podía hacer nada más”, reconoció Cervera.

A 30 años de la guerra, el veterano recuerda a sus compañeros y a aquellos días de adrenalina. Sueña con el momento en que la historia de la guerra se dicte en las escuelas y sea parte principal de los programas educativos y docentes.

Cree que aún falta mucho tiempo y decisiones para que se logre conseguir el diálogo con Gran Bretaña para discutir sobre soberanía. “En 30 años, recién ahora se está tomando conocimiento de lo que pasó, la gente se está interesando. Todavía no se lo considera como las batallas de San Martín o Belgrano, sin embargo, hubo combates librados durante la guerra que son muy valiosos, en los que se puede rescatar la fase humana y ver lo que un argentino puede dar su patria”, finalizó Tucu Cervera.

 

Leandro Fernández Vivas

Luis Satini

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