Extraño piloto

Convertido en un peregrino de ultratumba, el Capitán llega una mañana a la Base Cóndor.
Es un día frío. Con ondulados cortinajes, la llovizna barre el paisaje en sucesivas oleadas. Durante cada barrida, hasta los colores pierden los montes.
En el centro de la Base, un galpón más grande y varias construcciones dispuestas en L forman un medio cuadro. En ese lugar, al abrigo del viento, se alza un mástil maltrecho que apenas sostiene el flamear de una bandera blanca y celeste con un sol en el medio. Junto al mástil, el Comodoro Wilson Pedrozo, envuelto en una larguísima bufanda verde, preside una parada militar.
En frente de él, con actitud marcial, forman los oficiales, suboficiales y soldados libres del tedioso servicio de escudriñar la llovizna. Es que, hace ya veinte días, aguardan a los marines reales. Veinte días con sus noches interminables, desentumeciéndose a los golpes las manos enguantadas; zapateando en el barro los borceguíes húmedos, las medias húmedas; las plantas de los pies reblandecidas, blancuzcas y húmedas. Aunque hoy lucen renovados. Veinticuatro horas atrás, la Base Cóndor ha vivido su minuto de gloria.

Convencido de ser invisible, el Capitán se instala junto al comodoro, de cara a la formación, justo detrás del teniente Ayudante que acaba de leer una Orden del Día proponiendo condecorar con la medalla al Heroico Valor en Combate a un soldado santiagueño, flaco, chiquito, pelo de púa muy corto, ojos redondos y negros que bailan sin descanso.
El soldado, en posición de firmes, un par de pasos delante de sus compañeros, mira al Comodoro, aparentemente, sin entender a qué viene tanta alharaca. Si a él nada más le han dicho que tire y él ha tirado nomás. Un poco más allá, en un extremo y a noventa grados de la formación, un cuarto personaje observa, unas veces a los subordinados, otras a los jefes del frente. Es un extraño piloto, alto, cara pálida o muy blanca. Viste la misma ropa que los aviadores formados: la misma campera, el mismo traje de neoprene, sólo que no tiene puestos los gruesos zapatones de puntera de acero. Meneando la cabeza, el desconocido escucha con atención al Comodoro que, en ese momento, arenga a los hombres y se refiere a la hazaña del conscripto.

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Señores —dice el comodoro—, ayer con las últimas luces, cuando todavía escuchábamos los lamentos de los heridos por el ataque aéreo, los convoqué a participar del sepelio y a orar por el eterno descanso del piloto del avión británico derribado por nuestra artillería —al decir estas palabras, señala los restos informes de un avión Harrier que, bajo la llovizna, se ven a un costado de las últimas edificaciones—. Y hoy, aprovechando el respiro que nos permiten las inclemencias del tiempo, estamos aquí reunidos, lejos de nuestra Córdoba querida, en este perdido rincón de la Patria que, con la sangre hemos jurado defender; y, reunidos para rendir un justo homenaje a este soldado argentino—con el mentón hacia el costado señala al joven santiagueño— que, en el día de ayer, que estoy seguro será recordado como el día de la Defensa Antiaérea de la Base Cóndor, supo oponer su coraje gaucho a la tecnología más avanzada y prepotente del mundo —el soldado santiagueño enarca las cejas y el extraño piloto de cara blanca aprieta los labios con fastidio—. Y por si alguno no lo sabe, durante el ataque, este soldado se encontraba apostado en un diminuto pozo de zorro que, por la dureza de la roca hallada en la capa inferior de la turba, no pudo cavarse más que cincuenta centímetros de profundidad, aunque para él, en realidad, era suficiente —el Comodoro sonríe paternalmente por la ingeniosa alusión a la corta estatura del condecorado; los militares formados también sonríen, aunque más de uno empieza a decir por lo bajo que se apure porque no da más del frío; el santiagueño, como si no se tratara de él, también sonríe; y el extraño piloto, como diciendo «hasta eso» sube y baja la cabeza—.

Terminar con los movimientos, que esto no es para reír —con voz de trueno, el Comodoro retoma el control de la guarnición que se inmoviliza de golpe—. Como decía, producido el ataque, este digno representante de nuestro pueblo con su fusil de dotación personal, igual al que tienen todos los miembros de la Base, repelió activamente a los agresores y, cuando la aeronave del piloto sepultado ayer fue alcanzada por la batería de treinta y cinco milímetros, el soldado continuó tirando.
Pero aquí no termina la historia, porque mientras el avión en su postrera picada se abalanzaba encima de las instalaciones de la Base, el soldado, en vez de buscar refugio, a pecho descubierto siguió haciendo fuego y tiró y tiró y tiró. Tiró hasta el momento mismo en que el Harrier, herido de muerte, impactó el terreno a veinte metros de su puesto.

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Como testimonio del heroísmo, han quedado el uniforme y la cara chamuscada de este valiente —lo señala con leve cabeceo—y las piernas del cadáver del británico, en las cuales el médico halló un par de perforaciones, que bien pudieron ser producto de los impactos de este conscripto —palabras finales del comodoro. —¡Oh shit!, ¡fucker soldier! —murmura Nick Taylor, el extraño piloto, mientras entrecruza una mirada con el Capitán y golpea el piso con los pies descalzos, sucios y con rastros de sangre.

El Búho escribidor

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Derribo del SHR XZ-450

El Ten Nick Taylor fallece fuera de su XZ-450, ya que el impacto del SHR, se produce en el mismo instante que se iniciaba la secuencia de eyección. Por lo tanto su cuerpo estaba ya fuera de la cabina, a unos metros de los restos de la aeronave. El cadáver fue trasladado a Sanidad de la BAM Cóndor, como se hizo con todos nuestros héroes. Como establecen los protocolos sanitarios, al examinar el cuerpo para diagnosticar el deceso, además de politraumatismos, que ocasionaron su muerte instantánea, se encuentra en su cuerpo una herida de 7,62 mm. En la “barrera de fuego” o “fuego nutrido” que recibió el XZ-450, se destacó lo realizado con una MAG , cuyo apuntador era el Soldado Clase 63 Agustín Rene Loaiza , de la Compañía de Defensa de la BAM Cóndor, DM: Santiago del Estero – Malbran –Dpto. Aguirre, que prestaba servicio en la Escuela de Aviación Militar. Al día siguiente el Jefe de la BAM Cóndor, en una formación, ascendió a dragoneante al S/C 63 Agustín R. Loaiza. El único soldado ascendido en Malvinas, seguramente habrán ascendidos otros al regreso de la gesta. Desconozco lo actuado en este tema por las otras FFAA y FFSS.

 

Biguá

Luis Satini

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