La resignación de Leónidas

El Capitán, quiéralo o no, es ya un fantasma. Durante un día, tal vez dos, se ha debatido entre la tristeza de contemplar su antiguo cuerpo blanquecino y la ilusión de desplazarse igual que una gaviota a merced de los silbidos del viento. Y aunque sabe que puede alejarse en cualquier momento, prefiere permanecer en el bote color naranja que, empujado con tenacidad por la brisa marina, hora tras hora se acerca a las islas que buscaba con el avión.

En primer término, atraca en la Isla Bougainville, que es por completo chata, salvo unas escasas depresiones cubiertas por manchones de niebla rastrera. Justo en el medio de la isla, una columna de humo tenue y amarronada asciende en forma vertical. El humo brota desde una circunferencia de casi doscientos metros de diámetro, cuyo borde terroso arde con una llama muy corta. La capa de turba, verde azulada, al extinguirse descubre un polvo finísimo que le otorga al humo esa tonalidad tan particularmente ocre. En el centro del círculo polvoriento, se ve la superficie revuelta. Allí, en medio de un montón de hierros retorcidos, emerge inconfundible, el ángulo agudo de la cola de un Mirage.

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En ese momento, en el costado opuesto del círculo, el Capitán descubre a un piloto. Con expresión de asombro, el desconocido también contempla el grotesco monumento de chatarra. Viste un buzo de neoprene oscuro, las piernas y la cintura ceñidas por el equipo anti-G, la campera de vuelo con el lado de raso lustroso, color naranja, hacia afuera y en el cuello el orgullo de su Escuadrón: el pañuelo de seda estampado con un damero rojo y azul. Parece que acabara de quitarse el casco de vuelo. Su cara denuncia preocupación. Aún guarda alrededor de la boca y de la nariz, el surco profundo de la máscara de oxígeno, y el color encendido por el esfuerzo. Los mechones despeinados descubren una calvicie precoz. Las piernas abiertas, las manos en los bolsillos.

Después de estudiarlo un rato, el Capitán lo reconoce y se aproxima a preguntarle:

—¡Eh, Leónidas! ¿Qué te pasó? ¿Contáme, que te pasó?

Al escuchar su nombre, Leónidas Ardiles levanta la mirada y dibuja con el recuerdo tres delgadas estelas de vapor. En la punta de una, vuela él con su Mirage. Los otros firuletes los dibujan dos aviones Harrier.

—¿Y no te diste cuenta que eran dos contra vos solo?

Leónidas Ardiles sonríe pensativo, antes de responder:

—Sí, pero viste como son esas cosas, ya estaba acá. Además venía bien acomodado. Al de la derecha le gané la posición enseguida. Lo tenía en la mira, el sonido de misil enganchado en los auriculares…

—No me digás que le soldaste el caño a un inglés.

—¡Qué se lo voy a soldar! ¡Con esas batatas que tenemos! —responde y mueve la cabeza mansamente, sin bronca ni resentimientos, sólo con resignación. Después sonríe mirando al Capitán, sube los hombros, y agrega—: Y acá me voy a quedar. Hasta que me busquen.

De pronto, El Capitán deja de ver a Leónidas. “¿A dónde se metió?”, se pregunta, mientras comprueba que el humo marrón continúa ascendiendo y que, en el origen, la cola del Mirage parece un dedo apuntado hacia el cielo.

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El Búho escribidor

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Ultima foto del Dagger C-433 comandado por el 1er Teniente José Leonidas Ardiles quién fuera derribado el 1 de Mayo a las 16:37 en combate aéreo en las Islas Bougainville por impacto de misil AIM-9L Sidewinder, lanzado desde el Sea Harrier XZ455.

José Leónidas Ardiles nacido en Obispo Trejo, provincia de Córdoba, Argentina, 19 de agosto de 1954.
Fue ascendido post mortem a capitán y condecorado post mortem con la medalla «Cruz de la Nación Argentina al valor en combate» por ley N°25.576 del 11 de abril del año 2002.3 El gobierno argentino por ley nacional N°24 950/98 lo incluyó en el listado de los «héroes nacionales», fallecidos en combate en la guerra de las Malvinas.

Luis Satini

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