Leo y Orión atacan a la Fragata HMS Argonaut

Éramos en realidad, dos escuadrillas de tres aviones cada una, los cuales respondían a los indicativos de Leo y Orión, respectivamente. Uno de los aviones regresó a tierra por un desperfecto mecánico, así que quedamos solamente cinco.

14 Auterio y mecanico

Ya en el aire se nos dijo que no íbamos a tener un vuelo tranquilo; íbamos a encontrar grandes masas de nubes en el camino. Pero nos indicaban, también que teníamos buenas probabilidades de encontrar la zona donde se encontraban los buques ingleses en condiciones meteorológicas aceptables para el ataque.

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El trío Orión volaba por delante y nosotros, Leo, lo seguíamos ordenadamente. Volábamos bien alto y bien bajo, alternativamente, para economizar combustible. El primer tramo lo cumplimos prácticamente al tope de las nubes, en medio de un silencio total de radio. Cuando faltaban unos 80 kilómetros para llegar a las Malvinas picamos para iniciar el segundo tramo del vuelo.
A muy baja altura, empezamos a volar en medio de una atmósfera brumosa. Arriba teníamos una cerrada capa de nimbus, abajo un mar cuyas olas se curvaban y parecían que querían atraparnos. Volábamos a no más de 3 a 5 m sobre las ondas del estrecho San Carlos.

Unos tres minutos antes de llegar a los objetivos ingleses, nuestro jefe nos ordenó acelerar la velocidad y preparar la corrida de bombardeo. Como volábamos tan bajo sobre la bahía Roca Blanca, una alta lengua de tierra se interponía entre nuestros aparatos y los blancos ingleses. Por eso debí levantar mi Skyhawk algunos metros para poder mirar del otro lado de esa lengua de tierra, mientras el resto seguía volando casi paralelamente a la pequeña península.

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Lo que vi fue lo siguiente: dos buques de guerra muy cerca entre sí, ya casi en la boca de la bahía San Carlos, y un tercero, la fragata Argonaut, que navegaba muy pegado a la costa Este.
La veía como una postal, recostada contra un acantilado de algo más de 200 metros. Ante semejante descubrimiento, regresé a mi puesto en la escuadrilla y no tuve más alternativa que quebrar el silencio de radio para gritarle a mi jefe: “¡A la derecha!”. El jefe, en acto reflejo, volcó su avión 90º en la dirección indicada y logró saltar sobre la lengua de tierra con una gran inclinación de las alas. Pero los ingleses detectaron nuestra presencia y estalló el infierno.

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En determinado momento veo en la costa de la península lo que en principio parecían palomas que volaban. Pero no eran palomas. Las dos fragatas que habíamos dejado a la derecha, y la fragata Argonaut, nos estaban tirando. Lo que yo creía que eran palomas que volaban eran tierra que se levantaba por el impacto de las municiones de los cañones antiaéreos enemigos. Pronto el aire se pobló de explosiones de granadas y de rastros luminosos rojos que nos buscaban.

Empezamos a ver misiles que pasaban por entremedio de nuestros aviones. Sobre mi avión apareció una concentración de fuego y mi jefe creyó que me habían dado. Pero no era fuego de mi avión sino un chorro de fuego formado por la concentración de las municiones que nos disparaban desde la fragata enemiga. Éramos blancos de toda clase de armas montadas en los buques enemigos, hasta que nosotros también comenzamos a hacer el trabajo que habíamos ido a hacer: lanzamos nuestras bombas, que bajaban a unos mil kilómetros por hora.

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El guía (1er Teniente Filippini) de nuestra formación lanzó una bomba de 450 kilos sobre esa fragata, levantando un muro de agua muy cerca de su línea de flotación, pero casi choca con la inmensa mole que era la fragata.
No le quedaba más recurso que intentar sobrevolarla, y así, con una destreza que a veinticinco años de distancia todavía me emociona, pasó por en medio de antenas y mástiles.
El saldo fue una antena derribada con un golpe del tanque auxiliar derecho del avión. Esa antena derribada fue providencial para salvar mi propia vida, porque aproveché el hueco libre para sobrepasar al buque, haciendo un ligero viraje a la derecha. Al mismo tiempo desprendí otra bomba sobre la fragata, pero me quedaban solamente unos segundos para salvar el acantilado hacia el cual me iba a una velocidad transónica. Felizmente también lo logré, recibiendo las felicitaciones de mis compañeros.

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Lo único que recuerdo es que puse mi mano derecha sobre mi corazón y dije: “Bombea, porque ésta me parece que es la última”. Pero, como le dije, me salvé del acantilado, giré y volví a ubicarme a un costado del barco enemigo.
El jefe de la escuadrilla la atacó por el lado derecho y yo por el izquierdo. Logramos colocar dos bombas sobre la fragata, las cuales no estallaron, pero sí estallaron las municiones y la sala de máquina de la fragata.

El barco inglés comenzó a cambiar de color por el fuego declarado a bordo. El clásico gris perlado de la pintura naval iba dejando paso rápidamente a un color marrón rojizo opaco, lo cual confirmaba la amplitud del daño que habían causado nuestras bombas. Un humo gris acerado y negro brotaba desde el flanco que habíamos bombardeado y fuimos también testigos de explosiones secundarias en la cubierta. Vimos también gente saltando a las aguas debido a la temperatura insoportable del barco.

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El objetivo ya había sido batido, pero no estaba dicha la última palabra. Todavía teníamos que regresar sanos y salvos a nuestra base, pero el primer tramo de nuestro viaje tenía reservado serios peligros para todos.

Sorpresivamente fuimos atacados cuando ya emprendíamos el regreso. Las armas antiaéreas de esos barcos nos lanzaron una cortina de granadas con espoletas de proximidad. El ataque nos obligó a virar hacia la izquierda para buscar la protección de los acantilados. Escapábamos a una altura peligrosamente baja, así que podíamos ver claramente que en la superficie de la isla Soledad explotaban proyectiles que dejaban un espeso humo blanco.

Eran los misiles superficie-aire de las embarcaciones inglesas que, al no alcanzarnos, se autodestruían por el impacto.”

Relato: Tte. Vicente Luis Autiero “Potro”

 

Participó 1) – 21/5 – Leo C-240  2) – 23/5 Tejo C -244 3) – 25/5 Marte C-221 4) – 27/5 Trueno, C-212. 5) – 8/6 Mastín C-237 (Regresó por fallas).

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El Callejón de las Bombas: tercera oleada

Viernes 21 de mayo

Con las primeras luces del 21 de mayo, el comando del Componente Naval de Malvinas ordenó despegar, en misión de reconocimiento, a un Macchi 326 piloteado por el Teniente de Navío Owen G. Crippa.

El aviador naval se aproximó rasante desde el interior de la isla y, al desembocar sobre la bahía, se halló en medio de la flota, alcanzando a disparar sus coheteras Zunni. Al aterrizar, confirmó la magnitud del desembarco.

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La reacción aérea en Malvinas

El Componente Aéreo en Malvinas, al enterarse del desembarco en San Carlos y las operaciones aeronavales contra nuestras posiciones, en especial a la BAM Cóndor, alertó a la FAS y ordenó la evacuación del Escuadrón Pucará a la BAM Malvinas para preservar la única unidad aérea de combate que poseía.

La BAM Malvinas, ahora sin mayores ataques dado que el enemigo había concentrado sus fuerzas en el estrecho de San Carlos, recibió a los IA-58 Pucará de la BAM Cóndor y continuó siendo el único camino hacia el continente.

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El Callejón de las Bombas

Las primeras informaciones sobre el desembarco, llegaron a la FAS, vía Componente Aéreo de Malvinas, alrededor de las 09:00 hs. Previamente, se habían alertado las unidades y, a partir de dicha hora, se emitieron las órdenes de ataque que darían lugar a una de las batallas aeronavales más intensas y encarnizadas desde la II Guerra Mundial.

Al respecto, conviene destacar que las formaciones aéreas argentinas actuaron sobre San Carlos por sus propios medios, fuera de la cobertura del radar del CIC Malvinas que, tapado por la cadena central de la Isla Soledad, no tuvo ninguna posibilidad de brindarles ningún tipo de apoyo (seguramente, este fue un motivo más que ayudó a los británicos a elegir este lugar).

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Esta forma de operar sin protección, impensable para aviones cazabombarderos que carecen de equipamiento para penetrar las defensas por su cuenta, como los aviones de bombardeo, exalta más el arrojo y decisión de los pilotos argentinos que, no sólo cruzaron el mar con monomotores, sino que realizaron ataques eficaces en un estrecho erizado de buques, radares y misiles. Estrecho que ya entró en la historia como “El Callejón de las Bombas”.

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•Tres A-4B Skyhawk, indicativo “Orión”, armados con una bomba MK-17. Tripulación 1er Teniente Mariano Velasco (C-225), Ten Carlos Osses (C-239) y Ten Fernando Robledo (C-222). Despegaron de Río Gallegos a las 13:33 hs.

• Tres A-4B Skyhawk, indicativo “Leo”, armados igual que los anteriores. Tripulación: 1er Teniente Alberto Filippini (C-215), Alférez Rubén Vottero (C-224) y Teniente Vicente Autiero (C-240). Despegaron de Río Gallegos a las 12:30 hs.

Por fallas del “Orión 1”, los “Orión 2” y “Orión 3” se sumaron a la escuadrilla “Leo”, que quedó formada por cinco aviones, al mando del primer teniente Filippini. Volaron directamente a Malvinas sin reabastecerse. Arribaron al estrecho. Mientras se dirigían en vuelo rasante hacia puerto de San Carlos, divisaron la fragata Argonaut, que trató de refugiarse en la sombra de un acantilado. Los cinco aviones, en escalonado táctico a la izquierda, la atacaron con cañones y bombas, en intervalos mínimos, arrojándole dos bombas que no explotaron.

El 1er Teniente Filippini rozó la antena de la fragata con el tanque suplementario de combustible de su avión, perdiendo el cono de cola, mientras la antena de aquélla quedaba doblada.

Eran, aproximadamente, las 14:37 hs. La escuadrilla regresó a Río Gallegos a las 15:30 hs.

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Como consecuencia de este ataque, sus motores (máquinas) fueron puestos fuera de servicio y perdió el timón, estalló la caldera al tiempo que los fuegos provocados (estallido espontáneo de tres misiles SEACAT) causaron serios daños antes de ser controlados. Dos marineros fueron muertos y tres heridos en este ataque. Su helicóptero Lynx escapó a los daños. La Argonaut cumpliría sólo funciones de CIC y defensa aérea por algunos días más y luego fue remolcada por la Plymouth a Gran Bretaña.

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Luis Satini

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