Un piloto, un destino

Miguel Ángel Giménez nació en Paraná (Entre Ríos), sus padres eran maestros y desde niño tuvo acceso a la cultura.

Siempre sintió atracción hacia la aeronáutica; siendo muy niño construyó un paracaídas con restos de lonas hurtadas a su mamá y en horas de la Solapa, como se llama en la región litoral a las horas de la siesta, se tiró de un árbol que había en la puerta de su casa y quedó colgado de una rama. Pidió auxilio y su padre lo socorrió.

Sin saber leer, Miguel Ángel pasaba horas mirando los tomos de la Enciclopedia de la Segunda Guerra Mundial adquirida por su padre.

Qué aventuras y locas fantasías le habrán despertado esos libros tan alejados de la literatura infantil. Lo cierto es que pese al fracaso de su primer intento, volvió a construir otros dos paracaídas, suplantando la lona por arpillera.

Junto con un amigo se lanzaron desde la terraza para probar el aterrizaje; esta vez no hubo tanta suerte como en la primera ocasión, ambos resultaron lesionados.

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Un día le manifestó a su padre que cuando fuera grande iba a ser cazabombardero; ya empezaba a tejerse la urdimbre de su vida, la trama de su destino.

Cursó la escuela primaria, posteriormente la enseñanza secundaria donde se aficionó al deporte, siendo de su preferencia el rugby; su disciplina y un cuerpo privilegiado le permitieron destacarse. Pero el deporte no borró jamás su ansia por la aviación.

Ingresó a la Escuela de Aviación Militar de Córdoba en 1972; al año dejó y comenzó a estudiar abogacía en la Universidad Nacional del Litoral.

Cursó un año, mas comprendió que no le atraía y que sería inútil: su vocación verdadera era la que se había revelado siendo niño.

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Reingresó a la Escuela de Aviación Militar y egresó con el rango de alférez.

Su primer destino fue la II Brigada Aérea de Paraná, luego la IV Brigada Aérea de Mendoza donde aprendió el dominio de los aviones de combate A4C, para ser destinado a la III Brigada Aérea de Reconquista (Santa Fe) en 1981, donde se ejercitó en el manejo de los aviones Pucará.

Pucará es un término del idioma quichua que significa fortín y refiere a lugares fortificados que poseían los aborígenes de Perú, Bolivia y el norte de Argentina y Chile.

El 1º de abril de 1982. a bordo de su Pucará, viajó al sur del país. Al día siguiente, horas después de ser recuperadas las Malvinas, llegaba a las islas que conocía a través del relato de sus padres y maestros, y a las cuales había aprendido a amar y a desear su recuperación.

Allí permanecería durante toda la guerra. Los Pucará IA-58 operaban desde Darwin o desde Puerto Argentino; tenían como misión permanente bombardear tanto los desembarcos ingleses como los helicópteros que intentaban penetrar al territorio recuperado, por el estrecho de San Carlos.

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Con el correr de los días siguieron arribando nuestros Pucará, los que constituyeron el Escuadrón Aeromóvil Pucará. Se cumplía con ROF (Reconocimientos Ofensivos), de esta manera se familiarizaban con la geografía y topografía de las islas.
El armamento era completo: cañones, ametralladoras y coheteras. Las velocidades y alturas en los ROF estaban estandarizados con el menor riesgo posible: nivel de 15 metros a potencia máxima continua a 220 nudos.

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Miguel Ángel Giménez no tardó en entrar en combate; la tarea fue ardua, e inimaginable, la destreza que él y sus compañeros desplegaron: debían volar por horas, casi al ras del mar porque así impedían que los radares del enemigo los detectaran. Así podían atacar sorpresivamente los helicópteros de desembarco.

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La Misión

El 27 de mayo Miguel Ángel festejó con sus compañeros el cumpleaños número 28; debía haber sido celebrado con anterioridad, pero hubo inconvenientes para hacerlo.

La misma noche del improvisado festejo el teniente Fasani llamó pidiendo que lo fueran a reforzar porque desembarcaban masivamente los ingleses, y Darwin no podía resistir por mucho tiempo.

Un temporal asolaba las islas, era casi imposible enviar el socorro solicitado. Estuvieron esperando que la tormenta amainara pero esto no ocurrió. Entonces decidieron salir, lo hicieron a las 11.45.

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El teniente Giménez, jefe de escuadrilla, y el teniente Cimbaro despegaron de Puerto Argentino, no había visibilidad, volaban a ras del mar, dieron todo el rodeo a las Malvinas, y rumbo a Darwin, entraron por el estrecho San Carlos.

La resistencia argentina continuaba pese a la desigualdad de las fuerzas y del armamento. Imprevistamente se rasgó la niebla y ya estaban demasiado cerca de los ingleses.

Se lanzaron en ataque; Giménez, demostrando su bravura dijo: “Dejame el insignia a mi”, y logró hacer explotar el helicóptero británico que intentaba desembarcar tropas en la costa. Al otro logró derribarlo Cimbaro.

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El fuego y las esquirlas del avión que explotó por la certera puntería de Miguel Ángel hacían peligrar la nave propia; él tiró de los comandos y empezó a ascender, inmerso en la niebla. Enseguida se comunicó con Cimbaro quien tenía problemas en el instrumental, pidiéndole también que le diera rumbo.

Durante el vuelo de retorno, el teniente Giménez se estrelló accidentalmente en la ladera suroeste del Monte Azul, de la isla Gran Malvina, y permaneció por cuatro años en esa tumba ignorada en la que yacía un hombre que ofreció su vida en aras del honor de la Patria.

Cimbaro regresó ileso y dispuesto a continuar la lucha.

Testimonio del “Chino” Cimbaro

Fue la segunda misión que hice el 28 May. A las 11:30 como numeral del Ten. Giménez, despegué desde la BAM Malvinas. Poco después avistamos un par de helicópteros enemigos; eran dos Scout con rumbo convergente a nuestra sección respecto a nuestro propio rumbo 020.
De inmediato Giménez consultó a la BAM Cóndor si circulaban helicópteros propios en ese sector.

El operador le contestó a los gritos: —¡Negativo! ¡Negativo! ¡Derríbenlos!

Nos fuimos acercando a los blancos; cuando nos descubrieron se separaron; uno rompió hacia el este y el otro hacia el oeste.
Yo ataco el que escapa hacia el oeste.
Giménez es el que primero obtiene posición de tiro y abre fuego; cuando estaba maniobrando en procura de mi objetivo vi de reojo explosiones y humo; inmediatamente después escuché a Giménez que gritaba muy exaltado: —¡Lo derribé!… ¡Lo derribé!
A todo esto yo continuaba combatiendo; tres veces el Scout efectuó maniobras evasivas violentas que me complicaron la puntería.
A la tercera vez, a pesar de que me cambió el viraje, decidí dispararle cohetes; no podía pasarme todo el día persiguiéndolo.
Le apunté un poco más adelante y disparé; como el helicóptero volaba rasante la onda expansiva de la explosión de los cohetes contra el suelo lo desestabilizó, cayó a tierra y quedó volcado. Cuando lo sobrevuelo en escape veo que algunos sobrevivientes lo abandonaban.

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“Hacia la eternidad”

El 29 de mayo de 1982, Isaías Giménez, padre del piloto Miguel Ángel, recibió la noticia de que su hijo estaba desaparecido.

Siempre mantuvo la esperanza de que estuviera con vida, desaparecido en las islas y prisionero de los ingleses, ya que no se había encontrado el cadáver.

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Cuando se anunció públicamente, el 29 de agosto de 1986, que se habían encontrado en Malvinas, junto al cerro Montaña Azul los restos de un avión Pucará y su piloto, el padre tuvo la certeza de que su hijo había sido hallado, certeza que luego fue confirmada, dando así fin a la búsqueda desde el mismo día que escuchó “sepa que si usted ha perdido a su hijo, la Fuerza Aérea a perdido un Héroe”.

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Al cabo de trámites interminables logró que Inglaterra le permitiera visitar las Islas Malvinas y dar cristiana sepultura a su vástago.

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Él y su hija Carolina fueron los primeros argentinos que pudieron ir luego de la Guerra del Atlántico Sur, uno de los nombres con que se designa al combate entre nuestro país y el Reino Unido.

Así, en el cementerio de Darwin, junto a otros compatriotas descansa Miguel Ángel Giménez, bajo una constelación de cruces que testifican la presencia de los gloriosos caídos, coronados con el laurel inmortal que se otorga a los héroes.

Zunilda Ceresole de Espinaco

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Dos helicópteros enemigos fuera de combate

Los FM IA-58 Pucará  (“Fortaleza” en quechua), son aviones de creación argentina, el 28 de mayo volaron los del Grupo 3 de Ataque que fueron enviados a brindar apoyo a las tropas argentinas del RI 127 que estaban peleando contra el 2º Batallón de Paracaidistas en el área de Darwin y Pradera del Ganso.

Dos de estos aviones Pucará, tripulados por los Tenientes Miguel Ángel “Sombra” Giménez (líder, Nº 1) y Teniente Roberto “Chino” Cimbaro (numeral Nº 2) despegaron del aeropuerto de Puerto Argentino a las 10:30 horas y, tras un vuelo con mal clima bajo una espesa capa de nubes y con mala visibilidad, alcanzaron la zona de Camilla Creek a las 10:55 horas. Entonces divisaron a dos helicópteros británicos que se estaban dirigiendo hacia una zona de aterrizaje donde otros aparatos similares estaban descargando provisiones o evacuando heridos, cerca de Darwin.

El teniente “Sombra” Giménez llega con su Pucará y ve la situación, le asignó uno de los blancos al teniente Roberto “Chino” Cimbaro. Haciendo un vuelo rasante, Giménez voló sobre las líneas inglesas próximas a Pradera del Ganso o Goose Green, y disparó dando de lleno con sus cohetes en el primer helicóptero, un Westland Scout, explotando el mismo en el aire.

El segundo helicóptero fue tocado por los cohetes de Cimbaro, desplomándose a tierra.

La victoria de Miguel Ángel Giménez, quién volaba el IA-58 Pucará matrícula A-537, es la única confirmada por los británicos: su víctima fue el Scout XT629/DR del 3 CBAS (3rd Command Brigade Air Squadron) del Army Air Corp británico, cuyo piloto el teniente Lieutenant Richard Nunn falleció pero el copiloto Sargeant Belcher pudo sobrevivir muy mal herido.

El helicóptero abatido por el Teniente Cimbaro fue un Scout MK.1 del 3º CBAS /B FLIGHT de los Royal Marines con cohetes para ataque aire-tierra, pero aunque el relato del “Chino” no deja lugar a dudas que este fue totalmente destruido, los británicos niegan haber sufrido pérdidas adicionales ese día.

Después de finalizar con éxito su misión, ambos pilotos regresaron a Puerto Argentino por distintas rutas de vuelo con la intención de dificultar una intercepción de cualquier posible Sea Harrier presente en la zona.

Desafortunadamente, el mal clima le jugó una mala pasada a Giménez, quien se estrelló accidentalmente contra la Blue Mountain o Cerro Azul, en la isla Soledad durante el vuelo de retorno. Los restos de su avión y su cuerpo fueron descubiertos en 1986. Cimbaro, por el contrario, regresó sin problemas aterrizando a las 12.30 horas y rápidamente informó de las victorias obtenidas por él y Giménez.

De esta batalla surgió también una nueva capacidad del avión de contrainsurgencia Pucará, la de “cazador de helicópteros”.

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Luis Satini

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