Los pilotos argentinos que fueron destinados a recibir instrucción en Gloster realizaron aproximadamente 15 vuelos totalizando un promedio de 10 hs cada uno. A pesar de las dificultades que planteaba el empleo del inglés en las comunicaciones con los controles, el adiestramiento se completó sin mayores incidentes, salvo un aterrizaje de emergencia en una unidad de bombardeo próxima a Moreton Valence (Gloucestershire), efectuado por el Capitán Soto, al reducirse la visibilidad mientras regresaba de una navegación.
En ésa época, los pilotos de las unidades británicas tenían información de que los rusos habían robado un avión de reacción. Por otro lado, la mayoría había visto volar a los Gloster, pero nunca había tenido la oportunidad de estar cerca de uno. Es de imaginar el revuelo que causó el aterrizaje de Soto. Los británicos se acercaron corriendo y, no bien se detuvieron las turbinas, vieron descender a un piloto que, con escaso conocimiento de inglés, sólo les decía “Moreton Valence, Gloster” y que se negaba a dejar el avión. El jefe de la guardia llamó por teléfono a la fábrica Gloster y se enteró que pilotos argentinos estaban volando los nuevos Gloster y que uno no había regresado. El teniente Mannuwal, que hablaba perfectamente el idioma, se trasladó de inmediato a la unidad de bombardeo y aclaró el malentendido. El jefe inglés le pidió que oficiara de intérprete e invitase a Soto con un té hasta que vinieran los medios de puesta en marcha y pudiera retornar.
Los oficiales argentinos que recibían adiestramiento en los Gloster, después de los alemanes, ingleses y norteamericanos, eran los únicos pilotos del mundo que volaban aviones a reacción. Además, sin ser beligerantes, temían el privilegio de estar en contacto con verdaderos ases de la II Guerra Mundial. ¡Cómo no pensar entonces en emular alguna proeza de valor y habilidad ¡¡¡.” Volaré por debajo del puente del canal de Bristol a 750 km/h” le dijo el alférez Bravo Deheza a su amigo, el teniente Romano, una mañana que se dirigían a los aviones para la actividad de rutina. Finalizando su vuelo, se pegó al río en dirección al puente. Decidido, enfiló la nariz roma del Gloster hacia ese lugar. A medida que se aproximaba, tenía la impresión de que la abertura disminuía y sentía que sus nervios se tensaban.
Romano, que en ese momento volaba el tramo inicial, preocupado por no verlo ni escuchar su reporte, le preguntó por radio: “Bocha, ¿dónde estás?”,
Su inquietud desequilibró a Bravo Deheza que estaba a segundos del puente.
Con bronca, tiró palanca atrás y pasó apenas por arriba de los tensores del mismo casi rozándolos. Amargado, aterrizó y le recriminó a su compañero haberle impedido hacer la prueba: “Casi me estrello contra el puente” le dijo, malhumorado. El instructor inglés, el recordado Rodney, escuchó el reproche de Bravo Deheza y, sin ofrecer ninguna explicación, pidió un vehículo. Veinte minutos más tarde, los tres estaban al pie del puente. Sin palabras, el instructor les señaló el espacio entre el puente y el agua, cruzado por una serie de infranqueables líneas de alta tensión .
Lección inolvidable, su transmisión oral permitió que antes de volar a baja altura, los pilotos siempre reconocieran previamente los objetivos.
Luis Satini
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